Artículo publicado en Diagonal en meemoria de nuestra compañera .
"Su muerte ha sido como la del soldado
desconocido". Sentado en un bar en el centro de Móstoles, Mounir no
transparenta la compasión o la tristeza que uno podría imaginarse. Habla de su
hermana Latifa con algo de impotencia, de rabia hacia un sistema laboral que, a
cambio de menos de mil euros al mes, ha acabado con una vida. "Como si se
tratara de un despido o de una baja voluntaria". El miedo al despido tras
la aplicación de la nueva reforma laboral, y no la voluntad, fue la causa de la
muerte de su hermana.
La familia de Latifa y Mounir llegó a España
desde Marruecos hace 30 años. Fue a medidados de los años '90 cuando Latifa,
tras pasar por una ONG, comenzó a trabajar como teleoperadora. Desde entonces,
levantarse a las 4 de la mañana, coger el bus, subirse al cercanias, cambiar de
tren y llegar hasta Tres Cantos se convirtió en un ritual diario. Allí pasaba
el día sentada en el centro de Konecta BTO. Con ella, otros 700 trabajadores,
una mínima parte de los más de 14.000 (más del 70% son mujeres) con los que
cuenta la empresa en todo el Estado. En 2011 generaron, según datos de la misma
compañía, beneficios por 290 millones de euros.
Konecta, poseida en un 40% por el Banco
Santander y en un 10% por Liberty y socios minoritarios, asume las campañas de telemarketing
de grandes firmas. Lo normal en el sector: "Para entender mejor su
funcionamiento te lo puedes imaginar como el de una ETT", explica un grupo
de trabajadores de la empresa contactado por este periódico. Por eso Latifa
había trabajado para Aertel, para Mutua Madrileña y gestionado becas para el
Banco Santander, pero siempre bajo un contrato indefinido con Konecta. A pesar
de su titulo universitario como informática, de sus años de experiencia y de su
infatigable ganas de trabjar que recuerdan sus compañeros en la empresa, Latifa
nunca tuvo una promoción. Tampoco vio crecer los 934 euros netos mensuales a
los que se añadían las partes proporcionales de las pagas extra. Un sueldo
que tenía que dar para mantener a la
madre, de 77 años, enferma de corazón, sin pensión a pesar de haber trabajado
en España durante 7 años como asistenta. Era en Madrid, recuerda Mounir, donde
acudía para cuidar de una persona mayor. A pesar de haber cotizado, estaba a
cargo de Latifa en la Seguridad Social. Fácil entender, pues, lo que recuerdan
tanto los compañeros de trabajo como el hermano: "nunca renuciaba a hacer
horas extra: necesitaba el dinero".
Tampoco renunció el pasado mes de diciembre,
cuando, cogió todas las horas extras que podía hacer. No descansó ningún día.
Los domingos era Mounir quien la acompañaba hasta la RENFE de Móstoles, por
falta de autobuses: "Una de esas mañanas yo estaba sentado en el salón,
esperándola", cuenta Mounir. "De repente escuché un ruido. Corrí
hasta la habitación y encontré a mi hermana en el suelo". Un
desfallecimiento debido a la falta de descanso, según confirmarían poco después
las pruebas en Urgencias. Pero a pesar de las advertencias, Latifa cogió una
alta voluntaria y volvió a su puesto de trabajo. "Necesitaba el
dinero", reitera el hermano, en paro y con dos hijos.
A comienzos de febrero, representantes de la
sección local de la CGT recuerdan escuchar al coordinador de la campaña en la
que trabajaba Latifa hablar de la reforma laboral aprobada por el actual
Gobierno. "Un día empezó a correr la voz de que nueve días de ausencia en
dos meses eran suficientes para justificar un despido", relata uno de los
sindicalistas a este periódico. Hablaba de una de las modificaciones legales
que introduce la reforma: una baja médica justificada entre 9 y 20 días es
causa de despido procedente, con 20 días de indemnización por año trabajado y
con 12 mensualidades como tope. Un cambio del marco laboral que Konecta no
tardó en aplicar en otra de sus sedes. En Gueñes (Euskadi), donde ofrece sus
servicios a Iberdrola, 11 trabajadoras fueron despedidas en marzo siguiendo
esta misma norma. Que desde Euskal Sindicatua califican de "despido
encubierto".
Ante este escenario, Latifa siguió acudiendo a
la oficina de Tres Cantos a pesar del estado precario de su salud. Sus compañeros recuerdan que "un día
llegó al trabajo que casi no respiraba". Fue el mismo coordinador quien le
dijo que fuera a ver a un médico, y, una vez en el centro de salud pudieron
comprobar que tenía una capcidad respiratoria del 20%". Latifa ingresó en
la UCI del Hospital de Funenlabrada a comienzos de marzo. Allí falleció el 19
de marzo por la neumonia que, sin darse cuenta, había contraído a sus 52 años.
El hermano recuerda que su última preocupación fue que alguien advirtiera a la
mutua de su asuencia laboral por enfermedad grave.
"La empresa no le había hecho un seguro
de vida", explica Mounir, "por lo que tuvimos que pagar todos los
gastos del funeral y del traslado del cuerpo hasta Marruecos, donde el resto de
la familia pudo despedirse de ella". De la empresa, añade, "ni una
llamada, ni una carta". Los compañeros de trabajo de Latifa señalan que la
razón puede encontrarse en la reacción del departamento de recursos humanos de
la empresa: "Latifa...¿quién?" fue la respuesta que obtuvieron al
preguntar si podían colgar unos carteles en recuerdo de la compañera fallecida.
Sentado en el bar de la periferia madrileña,
Mounir recuerda a Dimitris Christoulas, el pensionista que se quitó la vida en
Grecia ante la situación desepserada en la que se encontraba. La muerte de
Latifa no fue voluntaria ni dejó el tiempo para un billete de despedida.
También fue la un "soldado desconocido" caído en la batalla diaria
para llegar a fin de mes.